Tribuna. Subcomisión del aborto: el truco final

El primer acto del debate parlamentario sobre la reforma de la ley del aborto se ha saldado de forma precipitada y sin transparencia para los ciudadanos. El autor critica las posiciones preestablecidas en relación al aborto parte del Gobierno y considera que los verdaderos perjudicados son la propia mujer y los miles de bebés sacrificados.
José Antonio Díez 29/01/2009
No hace mucho tuve ocasión de ver El truco final, una película más de la exitosa serie de películas de ilusionistas tan en boga últimamente. En ella se cuenta la historia de dos amigos magos -Robert Angier (Hugh Jackman) y Alfred Borden (Christian Bale)que se admiran mutuamente. Sin embargo, cuando el mejor truco de ambos se echa a perder se convierten en enemigos irreconciliables e intentan por todos los medios superar al otro y acabar con él. Truco a truco, espectáculo a espectáculo, se va fraguando una feroz competición que ya no conoce límites, y la sana competencia inicial se transforma en una pelea cruel en la que todo vale por ver quién logra el gran truco final: la desaparición real de un ser humano (escapismo) por arte de magia con amargas consecuencias.

Este apunte cinematográfico viene a cuento por la fugaz historia de los trabajos de la denominada subcomisión de la ley del aborto, cuya fase de comparecencia de expertos, que contaba con un plazo de seis meses para elevar su informe, ha sido liquidada apresuradamente por el Gobierno en el tiempo record de un mes. Sorprende la premura y agilidad con que sus señorías han despachado este primer acto del debate parlamentario para aprobar una nueva ley del aborto; diligencia que, sin duda, contrasta con el sosiego y la meticulosidad empleada en la discusión de otras leyes, menos complejas técnica y socialmente, que han precisado un largo estudio y el testimonio de muchos expertos.

Debate ficticio
Es difícil no sustraerse a la impresión de que el Gobierno ha tratado una vez más de darnos el pego del mago principiante, que tiene el conejo en su chistera antes de empezar a realizar su truco. Por el momento, la loable intención inicial de la ministra de Igualdad de que fuera un debate «sosegado, de altura, sin posiciones previas sobre el aborto y que busque el consenso y la participación de todos» lleva trazas de convertirse en un titular periodístico más.

A lo largo de estas pocas semanas han desfilado por el hemiciclo un total de 30 expertos: 14 designados por el PSOE, 10 por el PP y 6 propuestos por IU, ERC, BNG. Los nacionalistas de CiU y PNV han declinado la posibilidad de nombrar los pocos expertos que en este sorteo -harto singular- les hubiera correspondido. Aun cuando las comparecencias han sido a puerta cerrada (no se sabe qué secretos o temores o qué secretos temores tiene el Gobierno), ha trascendido a los medios su contenido gracias a declaraciones o comentarios formulados antes o después de las sesiones.

Los trabajos de la subcomisión han transcurrido en una especie de semipenumbra mediática. Cada cual puede interpretar como guste esta especie de opacidad: quizá es que el tema del aborto no interese demasiado (alguna voz y no precisamente del entorno del Gobierno ha hecho comentarios en este sentido); o bien que se dé por sentado que, digan lo que digan los expertos, la decisión está más que tomada y baste cubrir el debate previo con apariencias de diálogo, neutralidad y respeto a las reglas de juego democrático.

Una colosal tomadura de pelo para el que aún le quede un átomo de ingenuidad respecto al tratamiento que desde hace años da nuestra clase política -sea del color que sea- al derecho a la vida del no nacido. Con todo, a pesar de los estrechos cauces por los que han discurrido las sesiones, ha habido comparecencias bastante sustanciosas.

No es mi intención hacer aquí una valoración detenida de los argumentos esgrimidos por cada uno de los intervinientes, pero me permito invitar a quien tenga interés a examinar los argumentos de unos y otros porque han salido a relucir aspectos de este problema hasta ahora poco conocidos o que han sido sencillamente escamoteados al conocimiento de los ciudadanos. Después que cada cual los coloque en una balanza y saque sus propias conclusiones.

Argumentos de unos y otros
Los partidarios de la ampliación, llevados quizá por la tranquilidad que da jugar en campo propio y con reglamento conocido, se han movido -con alguna señalada excepción- en el terreno de los derechos reproductivos, la equiparación con el resto de Europa, la seguridad jurídica de los médicos, el tratamiento desigual que dan algunas comunidades autónomas a las mujeres que desean abortar, etc.

Por su parte, los críticos con el proyecto legal han desplegado un amplio abanico de cuestiones: el estatuto del embrión, el consentimiento informado a la mujer y la oferta de alternativas, las consecuencias psicológicas del aborto (el síndrome postaborto), su relación con la violencia doméstica, el dudoso respaldo constitucional de una ley de plazos, los beneficios de las clínicas abortistas, las consecuencias negativas que la ausencia de esos cientos de miles de vidas humanas podría tener a medio plazo para la economía de un país como España, en clara recesión demográfica, etc. Viejas y nuevas cuestiones fruto de la experiencia de 23 años de la ley despenalizadora y de los avances recientes de la biogenética.

De entre los expertos designados por el PSOE me quedo, por su coherencia y rotundidad, con el testimonio del profesor Pérez Royo. Según este catedrático, el aborto no es una cuestión de libertad sino de derechos y un problema que pertenece por entero a la mujer; el hombre no cuenta. No le falta razón, puesto que además de no ser consultado, en muchos casos realmente es el culpable y el que deja a la mujer sola y abandonada ante una decisión que seguramente nunca hubiera querido tomar. Pérez Royo añade que «no hay una relación jurídica entre dos personas con sus derechos, de tal forma que no puede resolverse el conflicto ponderando el derecho del uno contra el del otro, porque el nasciturus no los tiene».

En efecto, la primera conclusión que se deduce del testimonio de los expertos favorables a la ley es que el embrión humano sencillamente no existe. «Ni está ni se le espera», como dijo aquel viejo general. Cabía esperar que, siendo un actor del drama del aborto (porque a nadie le parece el aborto una solución positiva) tuviera algún papel, pero alguien se lo ha debido robar, quizá porque carece de voz para defenderse. La mujer aquí jugaba papeles distintos, según fuera el director de escena. Ciertamente para todos ocupaba un lugar central, también para los movimientos provida, aunque evidentemente lo interpretaría de un modo bien distinto.

Pero quizá la novedad principal es que las exposiciones de algunos de los expertos han puesto en cuestión verdades hasta ahora tenidas por irrefutables en el discurso político y mediático de los partidarios del aborto: los referidos a la libertad de la mujer y a las irrelevantes consecuencias sociales y psicológicas de la interrupción voluntaria del embarazo.

Estos testimonios novedosos nos llevan a plantearnos algunas reflexiones: ¿Puede hablarse de libertad de decisión de muchas mujeres que son presionadas por su pareja o su entorno para abortar? ¿Hasta qué punto actúa libremente quien toma una decisión de tal trascendencia sin que existan unos protocolos mínimos de información, alternativas o medios económicos y sociales para tener la oportunidad de continuar con su embarazo?

¿Puede considerarse el aborto una práctica indolora, cuando se conoce positivamente que causa daños psicológicos en muchas mujeres a las que se les ha practicado? ¿Qué clase de derecho es aquél cuyo ejercicio obliga a expropiar a un tercero -en este caso el embrión- de la más elemental protección que, según la doctrina constitucional, le debe proporcionar el Estado? ¿Qué salida les queda a la inmensa mayoría de médicos que, por apelar a su conciencia, ética profesional o simplemente a sus conocimientos científicos son obligados a apuntarse a una lista.

Beneficios de la nueva norma
¿A quién beneficia esta ley? De entrada, parece que beneficiará a ambas partes: las entidades defensoras de la vida, que verán incrementado el número de mujeres que acuden para buscar ayuda humana, social y psicológica (han salvado 32.000 vidas en 10 años), y a las clínicas abortistas, que engordarán sus cuentas de resultados y podrán trabajar con más seguridad sin ser molestadas por pequeños detalles de procedimiento o por vertidos irregulares de residuos. El desenlace de la película que mencioné al comienzo no puede ser más espeluznante: el mago triunfador que se hace aparentemente con la fórmula mágica logra el truco final (el prestigio, como reza el subtítulo del film). Eso sí, a costa de sacrificar innumerables clones, cuyos cadáveres aparecen en envases de formol depositados en un oscuro sótano del teatro y de morir él mismo en el empeño, asesinado -como no podía ser de otro modo- por su oponente. El truco de la subcomisión del aborto, manejada por los ilusionistas de turno, ha tenido ya sus víctimas. En primer lugar, la verdad, y en un futuro no muy lejano, la propia mujer y los miles de bebés sacrificados.

http://www.diariomedico.com/edicion/diario_medico/normativa/es/desarrollo/1198723.html


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