Valores y servicios de salud

 El usuario-paciente como eje del sistema sanitario

 

ABELARDO ROMÁN MÉDICO ESPECIALISTA EN MEDICINA INTERNA Y EN APARATO RESPIRATORIO Los valores son estructuras de la conciencia sobre los que se construye el sentido de la vida, pertenecen al nivel de las facultades psíquicas donde se estructura el significado y permiten acondicionar nuestro mundo. Cualquier profesión tiene unos valores intrínsecos específicos del ejercicio de la misma y otros extrínsecos que pueden ser comunes a otras. Los valores intrínsecos de la profesión sanitaria son prevenir y curar las enfermedades, aliviar las que no tienen cura, acompañar al sufrimiento y promover estilos de vida saludables. El prestigio social y los ingresos económicos son valores extrínsecos. Los valores intrínsecos no actúan como moneda de cambio, el ser humano no tiene precio, sino dignidad, para responder de su proyecto vital. Los valores de cada persona o grupo no siempre son compartidos por todos, por lo que se necesita de una ética de mínimos que se plasme en normas. La ética identifica los valores que justifican nuestras elecciones, la moral se concreta en normas de comportamiento aplicadas a la vida diaria que resultan de la traslación de los valores a la actividad cotidiana. Cuando las normas no responden a valores asumidos son intolerables y cuando no se razonan los valores que las sustentan se pueden percibir como opresiones. 

Los principios de la bioética (beneficencia, no maleficencia, autonomía y justicia), basados en valores universales, son un referente para analizar la ética de las decisiones sanitarias. El más moderno, el de autonomía, surge del concepto de libertad personal. La medicina tradicionalmente se ha inspirado en la realización del bien a la persona enferma (beneficencia), guiada por la prudencia (no maleficencia), según la máxima de «primum non nocere» («lo primero, no hacer daño»). El principio de autonomía se concreta en la medicina centrada en el paciente, lo que conlleva dar información relevante y ajustada a las demandas de información del propio paciente, saber escuchar, contemplar las implicaciones familiares y sociales de los problemas de salud, confidencialidad y respeto a las preferencias de elección del paciente. Dedicar a cada paciente el tiempo que necesita reduce el riesgo de errores, mejora la comunicación y es esencial para la efectividad de la medicina. Existen límites para el principio de autonomía, por ejemplo, cuando entra en colisión con el de obligación de no dañar del profesional, o con la necesidad de gestionar unos recursos siempre limitados que de utilizarse innecesariamente vulnerarían el principio de justicia. El principio de justicia sustenta el concepto de equidad: dar a cada uno según sus necesidades y no más a los más demandadores, cuando la demanda no se ajusta a la necesidad. La demanda de un servicio puede no equivaler a su necesidad, como tampoco la oferta de servicios se corresponde siempre exactamente con necesidades reales, incluso puede inducir demandas innecesarias. El procurar que los círculos de necesidad, demanda y oferta se superpongan justifica la planificación y la gestión sanitarias. Es siempre necesario realizar un análisis sereno y permanente, institucional, social y profesional, en torno al establecimiento de prioridades, en otro caso las decisiones se tomarán en virtud de grupos de presión con intereses más o menos espurios. Al conceder peso a cada grupo de interés en la toma de decisiones hay que considerar, entre otros factores, su facultad de asumir el coste de responsabilidad social por el resultado de dichas decisiones. No está de más recordar que el sector sanitario también induce efectos positivos en el resto de los sectores económicos, contribuyendo al bienestar social, ni que la gestión sanitaria no sólo consiste en ocuparse de las infraestructuras o de la financiación, sino que implica crear cultura de gestión en los niveles «macro» (política sanitaria), «meso» (gestión de las instituciones) y «micro» (gestión de la práctica clínica) y que no sólo se debe gestionar la oferta de servicios, sino también su demanda. La desproporción entre recursos y demanda produce tensiones en todos los servicios de salud, con independencia de coyunturas económicas o políticas, por eso se proponen e implantan continuamente medidas para promover la mejora del desempeño y sostenibilidad de éstos. Dado el papel que, por la propia naturaleza de la organización sanitaria, juegan los profesionales sanitarios, en particular los médicos, ninguna medida podrá obtener resultados si no es con su implicación. Las organizaciones sanitarias son descentralizadas por naturaleza, el conocimiento que sustenta sus competencias esenciales está en la base, en el núcleo operativo compuesto por los profesionales sanitarios que prestan el servicio, según los valores intrínsecos de la profesión médica y los principios de la bioética. 

La identificación explícita con valores éticos aporta eficiencia a las organizaciones, este concepto es la base de la dirección por valores. Lo fundamental a compartir, en un servicio de salud, es el reconocimiento de que el usuario-paciente es el eje del sistema, y la finalidad de la sanidad debe estar enfocada en él, según los valores intrínsecos de la medicina. Existen otros factores que pueden estar modulando la práctica clínica y la de gestión, si no se identifican pueden desviar a los servicios de salud de su finalidad. El servicio de salud público es objeto de elección social, por lo que para su mantenimiento y progreso es determinante la creación de valor, en términos de efectividad y aprecio. Crean valor, sobre todo, los usuarios y los profesionales, por más que sea imprescindible contar con estructuras adecuadas y debidamente utilizadas y con recursos financieros suficientes y bien gestionados. La creación de valor conlleva que los pacientes, y usuarios en general, sientan que son tratados como personas y que se los asiste en el mejor sitio posible y que los profesionales perciban que ejercen su función con calidad y respeto. Un contexto de complejidad e incertidumbre requiere un alto nivel de implicación y creatividad. Los directivos han de merecer credibilidad por su cualificación personal, profesional y coherencia, y se ha de permitir a los profesionales el necesario margen de acción, dentro de un marco, regido por valores explícitos, asumido por todos.


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