Tribuna. Reproducción asistida e Iglesia Católica: la instrucción ‘Dignitas personae’

El autor analiza el contenido de la nueva instrucción de la Iglesia CatólicaDignitas personae en lo que se refiere, sobre todo a las técnicas de reproducción humana asistida. Considera que la doctrina católica puede suscitar desacuerdo en un amplio sector de la sociedad, pero facilita una prospección crítica necesaria sobre los avances científicos.
Fernando Abellán 23/12/2008
La doctrina de la Iglesia Católica sobre la reproducción humana asistida se halla contenida fundamentalmente en dos instrucciones vaticanas de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en concreto en la Instrucción Donum vitae, de 1987, y en la recién publicada instrucción Dignitas personae, de diciembre de 2008, que, como dice en su introducción, es una puesta al día de la anterior.

No obstante, en ambas se mantiene como criterio ético fundamental que el «ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida».

Como se recuerda en la instrucción Dignitas personae, la Iglesia no rechaza las técnicas procreativas por el hecho de ser artificiales, sino que aboga porque sean valoradas moralmente por su relación con la dignidad de la vida humana. En este sentido, no acepta moralmente aquellas técnicas que reemplazan el acto conyugal disociándolo de la procreación, y adopta al respecto la máxima de que «la procreación humana es un acto personal de la pareja hombre-mujer, que no admite ningún tipo de delegación sustitutiva», en nuestro caso la que resultaría de confiarla a los profesionales sanitarios de la reproducción asistida.

De lo anterior se desprende una aceptación parcial y limitada de las técnicas, en concreto sólo de aquellas que tienen por finalidad remover obstáculos que impiden la fertilidad natural (tratamientos hormonales, intervenciones quirúrgicas para endometriosis, para desobstrucción de las trompas), y que por ello se configuran como una facilitación o ayuda -no una sustitución- al acto conyugal y a su fecundidad.

Rechazo justificado en la dignidad
La instrucción no cambia realmente los criterios ya asentados en la precedente de 1987, sino que los matiza haciendo un análisis pormenorizado de las diferentes técnicas, y razonando el porqué de su rechazo moral en cuanto prácticas que, según la doctrina que proclama, son contrarias a la dignidad humana.

Es cierto que la postura de la Iglesia Católica sigue siendo netamente contraria a la realización de la mayor parte de las técnicas de reproducción humana asistida (la inseminación artificial, la fecundación in vitro, la inyección intracitoplásmica de esperma, el diagnóstico genético preimplantacional), lo que resulta una consecuencia de la dimensión y de la preponderancia que concede al valor de la dignidad humana desde el instante de la fecundación con respecto a los deseos de las parejas con problemas de fertilidad, que siendo legítimos y comprensibles, deben ceder a su juicio en esta pugna.

De este posicionamiento resulta lógico que se derive un descontento de los profesionales de las técnicas, así como de los pacientes que recurren a ellas para solucionar sus problemas de infertilidad, cuyo comportamiento no cabe duda que es objeto de una recriminación moral. Ahora bien, siendo así lo anterior, y condicionando esa circunstancia una posición enfrentada y difícilmente reconciliable, hay aspectos que emanan de la instrucción comentada que constituyen elementos importantes de reflexión en esta materia, ciertamente aprovechables desde el punto de vista del estudio bioético.

Por lo demás, no cabe duda de que los postulados de la Iglesia Católica suponen un claro contrapeso a las posturas más aperturistas y liberales en este campo médico y que por esa razón ayudan a detener nuestra atención -aunque sea para discrepar- sobre el rumbo al que nos lleva la tecnología médica.

Visión crítica, pero necesaria
En otras palabras, más allá del desacuerdo que evidentemente puedan suscitar en un sector amplio de la sociedad, más allá de las siempre respetables convicciones religiosas, facilitan una prospección crítica y necesaria sobre los avances científicos, de los que el campo de la reproducción asistida es un claro exponente.

Yendo al contenido concreto de la instrucción Dignitas personae, hay que decir que se reprueba moralmente tanto la fecundación artificial heteróloga (con contribución de donante de gametos) como la homóloga (con gametos propios de la pareja), así como la fecundación in vitro. Respecto de esta última, llama la atención sobre el número muy alto de embriones que hay que sacrificar para la realización de las técnicas, denunciando que la investigación en este campo médico no parece muy interesada en el derecho a la vida de cada embrión, sino tan solo en conseguir los mejores resultados posibles de niños nacidos.

El documento acepta sin embargo que no todas las pérdidas de embriones son deseadas -algunas lo son contra la voluntad de los médicos y progenitores-, pero recalca que en muchos casos el abandono, la destrucción o las pérdidas de embriones sí son previstas e intencionales.

En cuanto a la inyección intracitoplásmica de esperma, que también reprueba moralmente, la instrucción recuerda el poder decisorio que las técnicas reproductivas atribuyen a los profesionales sanitarios, afirmando que «confía la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana».

La responsabilidad del profesional
De igual forma, el documento se muestra contrario al diagnóstico genético preimplantacional, alertando en este caso del riesgo de incurrir en «la mentalidad eugenésica», de la mano de la selección embrionaria que mide el valor de la vida humana siguiendo parámetros de «normalidad» biológica. En este aspecto, debe reconocerse que esta especialidad médica está impregnada de un componente ético muy acusado con evidentes repercusiones sociales, lo que debe constituir una llamada a la responsabilidad de todos los profesionales de la reproducción.

Por último, la instrucción se refiere también a la criopreservación de embriones, de la que critica, además de la producción in vitro de estos últimos, los riesgos a su integridad que conlleva su congelación y descongelación, el hecho de que al final la mayor parte de ellos queden «huérfanos» y el que puedan utilizarse para la investigación como simple «material biológico», lo que comporta además su destrucción. También alude, para rechazarlas, a la congelación de ovocitos, a la denominada adopción de embriones y a la reducción embrionaria, que equipara moralmente al aborto.

Fuera ya de lo que son las técnicas de reproducción humana asistida propiamente dichas, la instrucción valora también negativamente las técnicas de intercepción y contragestación (píldora del día después), la terapia génica germinal (la somática sí la considera moralmente lícita cuando es con finalidad estrictamente terapéutica), la clonación humana, tanto reproductiva como terapéutica, la utilización de células troncales (aceptando sólo las extraídas de un organismo adulto, o de sangre del cordón umbilical, o de los tejidos de fetos muertos de muerte natural), la hibridación y el uso de material biológico de origen ilícito.

A modo de conclusión, puede afirmarse que se trata de un documento muy crítico con las técnicas reproductivas, y con quienes las practican y utilizan, cuyo desarrollo está condicionado por la visión ontológica particular que tiene la Iglesia Católica de la dignidad de la vida embrionaria y del sentido de la procreación humana, pero que al mismo tiempo ofrece consideraciones éticas relevantes para el debate bioético en unos tiempos marcados por un gran relativismo moral.

Profesor doctor de Derecho Sanitario de la Universidad Europea de Madrid


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