Educar sobre la muerte desde la infancia

La educación se centra en enseñar a vivir a los niños; sin embargo, poco o nada se les habla de la muerte. Esta forma de proceder plantea muchos problemas en el momento en el que tienen que enfrentarse a la muerte de un familiar o a la inminencia de la propia muerte. Los expertos proponen fomentar una cultura de la muerte desde edades muy tempranas.
Karla Islas Pieck Barcelona 08/05/2008
La muerte es la única certeza que tenemos todos los seres vivos desde el momento de nacer. Esta cuestión ha preocupado al humano desde que tiene conciencia de su propia existencia. Las diferentes culturas han rodeado a la culminación de la vida de todo tipo de creencias y rituales, pero las dudas que rodean a este hecho biológico no son fáciles de resolver. Tampoco para la Medicina.

Durante el coloquio La muerte: ¿fracaso de la medicina o culminación del ciclo biológico? celebrado en la Real Academia de Medicina de Cataluña (RAMC) se puso de manifiesto la importancia de fomentar una cultura y educación de la muerte, desde las primeras etapas de la vida.

Manuel Cruz, académico y profesor emérito de la Universidad de Barcelona, aseguró que «para un pediatra, la muerte es un fracaso médico», puesto que el fallecimiento de un menor «es inolvidable y deja una impronta muy profunda».

Los niños viven la inminencia de su propia muerte de una forma indirecta. Aunque los más pequeños aún no pueden comprender el concepto del fin de su vida, perciben que «algo muy malo les está pasando».

El pediatra defendió el derecho de los niños a conocer su diagnóstico, pronóstico y tratamiento, pero ha recordado que la última palabra al respecto la tienen los padres.

Los menores rara vez preguntan a su médico si van a morir. No obstante, no sucede lo mismo con los auxiliares y el personal de enfermería, a quienes sienten más próximos, y quizá no asocian tanto a una figura de autoridad. Cruz recomendó abordar esta difícil temática por medio de fábulas, parábolas y cuentos. «Es importante mantener la ilusión en todo momento, pero sin dar falsas esperanzas».

El deceso de las personas queridas es otro de los tragos amargos por los que en ocasiones tienen que pasar los niños. En la práctica, se considera que los niños deben vivir de espaldas a la muerte; sin embargo, varios estudios sostienen que las familias en las que se habla sobre este tema con los más pequeños los resultados son positivos.

A los nueve años es cuando los niños comienzan a comprender que la muerte es algo irreversible y universal. A esa edad se toma conciencia de que los padres y familiares dejarán de existir algún día. Más tarde, entre los 12 y los 14 años, los preadolescentes adquieren un concepto más definido de la muerte y es en este momento cuando asumen que a ellos también les sucederá. Según Cruz, es necesario fomentar la educación sobre la muerte para que los niños estén preparados para la muerte de los seres que estiman.

El duelo infantil
Los niños que se enfrentan a un proceso de duelo por la pérdida de un familiar suelen presentar síntomas depresivos, psicosomáticos e incluso pueden sufrir una regresión neuropsíquica. Esta etapa puede durar un año y está considerada «de alto riesgo para el menor».

Por eso es necesario que los niños estén preparados para esta situación y que, en la medida de lo posible, puedan despedirse de la persona allegada en sus últimos días de vida.

¿Fracaso de la medicina?
Así como el pediatra sostuvo que la muerte de un niño es, en muchos casos, un fracaso médico al no obtener los resultados deseados de la profilaxis, el diagnóstico o el tratamiento, en el caso de las personas mayores esta afirmación no está tan clara.

Durante su intervención, Miguel Ángel Nalda, académico y catedrático de anestesiología y reanimación planteó que contraponer la muerte a la medicina es una falacia y «no puede considerarse correcto», ya que «contra el último latido del corazón no podemos hacer nada».

En su opinión, más que fracaso se trata de «impotencia, incapacidad o frustración», pero no de la medicina, sino en todo caso «del profesional que la ejerce, como ser humano que es». A su juicio, «el encarnizamiento terapéutico no se puede permitir».

Francesc Solé, académico y miembro del Instituto de Urología, Nefrología y Andrología de la Fundación Puigvert, de Barcelona, puso sobre la mesa el tema del envejecimiento. Los intentos de retrasar la muerte implican también que previamente se busque detener el proceso degenerativo, para conseguir calidad de vida en la vejez.

Hay tres procesos que intervienen en el envejecimiento: la acción de los radicales libres, la pérdida de los telómeros y las dietas hipocalóricas. Y trabajando en estas líneas «seguramente en los próximos años se conseguirá retrasar la vejez y aumentar la esperanza de vida».

El límite de la vida
¿Se llegará a conseguir la inmortalidad?, ¿se podrá alargar la vida gracias a la hibernación?, ¿cuál es el límite de la existencia?. Solé lanzó las preguntas durante el coloquio y reflexionó sobre la actual frontera de la vida de nuestra especie. La persona más longeva registrada hasta ahora cumplió 122 años. Se trata de un francés que cuando alcanzaba su centenario aún iba en bicicleta.

Por otro lado, no hay que olvidar que lo que se conoce como el patrimonio vital de los mamíferos, que son 800.000.000 de latidos y 200.000.000 respiraciones a lo largo de la vida, en el caso de los humanos está casi triplicado.

El último paso
En la sesión, que fue moderada por Josep Mascaró, académico numerario de la RAMC, se abordó también el tema de la muerte desde el punto de visa de un internista. Francesc Cardellach, académico y vicedecano de la facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona, admitió que los internistas viven muy de cerca la muerte de sus pacientes, por lo que llegan a acostumbrarse a ella y a conseguir que no les afecte mucho emocionalmente.

En el caso de los pacientes ancianos, afirmó que la muerte debe asumirse «como la culminación del ciclo biológico». Aún así, Cardellach confesó que, en lo personal, no entiende la muerte y que, si fuera él quien debiera enfrentarse a ella, no lo aceptaría fácilmente.

A su juicio, uno de los momentos más difíciles para un médico se presenta cuando los hijos se niegan a aceptar el diagnóstico terminal de sus progenitores. «Nos falta mucha cultura de la muerte. Debemos enseñar a nuestros hijos que, por lógica, debemos marchar nosotros antes que ellos».

Muchas veces «nos enseñan a vivir, pero no a afrontar la muerte», añadió. Los menores rara vez preguntan a su médico si van a morir. No obstante, no sucede lo mismo con los auxiliares, a quienes sienten más próximos


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