Patología de la miseria

José Prieto

Catedrático de Microbiología. F. de Medicina. U. Complutense. Madrid.

29 Abril 2008

Habitualmente identificamos pobreza y miseria y en Medicina sería importante diferenciarlas. ¿Serían capaces nuestros médicos de hacerlo? La miseria se describe como la situación de extrema pobreza, definición que debemos reconsiderar para nuestro objetivo.

En el año 2000, más de la mitad de la población mundial (3.700 millones), disponía de menos de 1,3 dólares diarios de renta per cápita y la tendencia era a empeorar en los países mas desfavorecidos. En el atlas mundial de la salud, en estos países se anotan los mayores números de muertes por procesos infecciosos: las diarreas (2,9 millones de muertes), tuberculosis (1,9), sarampión (1,1) y malaria (0,9) están entre las mas importantes.

Ciertas catástrofes naturales como la sequía o las guerras propician movimientos migratorios y otras situaciones de pobreza que periódicamente evalúan varias organizaciones internacionales. Nadie duda del círculo pobreza-enfermedad-pobreza que se enseñorea de estos países. Occidente no queda libre del problema y también se hace pública anualmente la población considerada por debajo del nivel de la pobreza.

Este asunto, el de la pobreza, cae en el ámbito de las estrategias políticas nacionales y supranacionales. Pero el médico se enfrenta a otra visión del problema, el individual, por lo que opino que sería importante diferenciar pobreza de miseria. Deberíamos encasillar la pobreza en el ámbito social, colectivo, y la miseria en el individual.

Entenderíamos mejor la miseria como la situación de desamparo en la desgracia o enfermedad que los demás son capaces, al menos potencialmente, de sortear y superar. La pobreza se puede llevar con dignidad (“pobre pero honrado”, decimos a menudo) y el individuo suple carencias, se adapta a las circunstancias… Pero de la miseria el individuo no sale sin ayuda médica. Por tanto, y a diferencia de la pobreza, la miseria no debería considerarse un factor facilitador de enfermedades sino una enfermedad en sí misma, de evolución crónica, que siempre se asocia a otros procesos (comorbilidad) que no se curarán hasta que no se controle el proceso originario, es decir, la miseria. Ocurre lo mismo que en la obstrucción urinaria, donde las infecciones no curarán antes de que se haya resuelto la obstrucción.

Fácilmente deducimos que la pobreza puede ser un factor predisponente de la miseria, pero no el único. Desestructuración familiar, paro, prostitución, drogadicción, emigración, delincuencia, encarcelamiento, incultura o fracaso escolar son otros factores importantes. Creíamos que determinadas enfermedades –igual que el hambre, la pobreza y la miseria– eran situaciones propias de países lejanos. Pero estos factores los tenemos en casa, ¡en la próspera Europa! En el mundo global, la enfermedad y la muerte parecían las únicas situaciones de igualdad entre los hombres. ¡Gran error! ¡Las formas de enfermar y morir son tan diferentes! En nuestro entorno inmediato convivimos con la miseria, que es menos popular, quizás por vergüenza social, que la patología de la abundancia.

¿Cómo identificar la miseria? Habitualmente pensamos en el desarrapado, el indigente, el desnutrido (diferenciar del bohemio, anoréxico etc.) el semianalfabeto… O sea, el desahuciado social.

En la exploración debemos fijarnos en detalles persistentes, como la falta de piezas dentarias, problemas de visión u otras minusvalías corregibles, falta de higiene y otras alteraciones que el enfermo considera normales por habituales. No es raro encontrar signos o síntomas de parasitosis intestinales y dermatológicas (pulgas, piojos, sarna, tiñas) y úlceras o heridas sin cicatrizar.

Naturalmente que suele coincidir con alguna alteración psiquiátrica del propio enfermo o de cuidadores, como la madre en el caso de algunos niños, pero en otras ocasiones se cae en la miseria por la conjunción de varios factores ya citados hasta llegar a una situación irreversible. Es esta situación la que digo que podría catalogarse como una entidad nosológica, una condición o un síndrome, pero, en cualquier caso, si se tratara como un enfermo, individualmente permitiría un abordaje que, una vez controlado el proceso, mejoraría el tratamiento y pronóstico de las enfermedades asociadas.

El capítulo de soluciones es, lamentablemente, muy corto a pesar de tener múltiples caras: Psiquiatría (desarraigo, autoestima, etc.), Pediatría (vulnerabilidad infantil) e Infectología, Educación, etc. Pero lo que está muy claro es que si no se soluciona la situación de miseria del individuo, como ocurriría con cualquier enfermedad de base, es imposible considerar eficaz el tratamiento de las enfermedades asociadas.

“De la miseria el individuo no sale sin ayuda médica. Por tanto, y a diferencia de la pobreza, la miseria no debería considerarse un factor facilitador de enfermedades sino una enfermedad en sí misma, de evolución crónica, que siempre se asocia a otros procesos (comorbilidad) que no se curarán hasta que no se controle el proceso originario, es decir, la miseria.”

 

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